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Capítulo 1
Sarah
La
máquina vibraba sobre mí, la aguja impactaba sobre mi piel mil veces por
segundo, colmándome de tinta. El sonido constante y monótono zumbaba en mi
odio.
–
No puedo creer que hoy sea nuestra última sesión –Jonathan, mi tatuador,
trabaja sobre mi cuerpo hace dos años ya, es un verdadero artista, los dibujos
que tallo sobre mi piel son magníficos.
Cuando
tomé la decisión de cubrir mis heridas con tinta, lo tuve que pensar muy bien,
primero el gran obstáculo: mi terror a las agujas, pero Jonathan, hizo una
prueba sobre mí, para que sienta de que se trataba, a veces el miedo es un gran
creador de sensaciones imaginarias. La realidad fue que el dolor, era
insignificante comparado a lo que estaba acostumbrada, era como una pequeña
molestia sobre la piel, de hecho, podía aguantar horas y horas, gracias a Bruno
supongo.
Mi
otra preocupación era la siguiente: no estaba segura de querer borrar mi único
recuerdo de Bruno, sonaba retorcido, sí, pero después de tanto tiempo sin saber
de él, esas marcas, eran el único recuerdo que me quedaba.
Dos
años habían pasado desde el día que había descubierto la carta, hace dos años,
que tengo el corazón apagado, silenciado, abducido. Hace dos años, lo buscaba
desesperada, cada vez que creía llegar a una pista, era un callejón sin salida.
Nada.
Ni
una sola noticia de él ni de Carter.
–
Yo tampoco lo puedo creer, pensé que este día nunca llegaría – actualmente
los tatuajes cubren mis dos brazos desde el hombro hasta mis muñecas y toda mi
espalda, hasta mi cadera.
Casi
ninguno tiene un significado especial para mí, su función era meramente cubrir
mi deforme piel de las miradas de la gente, no podía usar camisetas, ni
siquiera podía correr en mi corpiño sport libremente, siempre alguien me
señalaba con el dedo. Al principio pensaba que era mi imaginación, hasta que un
niño se puso a llorar cuando me vio en el parque, recuerdo ese día claramente,
cuando el niño le pregunto a su madre porque mi piel era como la de los
cocodrilos, ella simplemente respondió:
“No
todos tenemos suerte en la vida hijo”
Y
vaya suerte la mía, “una chica, abducida por tres años por un grupo terrorista,
consigue la libertad, pero pocos meses después asesinan a su madre, ah, y su
torturador (que resultó ser el amor de su vida), desapareció de la faz de la
tierra, el fin.”
Malditamente genial.
Después
de esa nefasta experiencia me di cuenta de dos cosas: la primera, vivir en la
burbuja de Bruno había hecho que mis cicatrices me resulten naturales, él
siempre las alabo, siempre las beso, a pesar de que había sido el creador de
ellas, las amaba. Lo segundo que entendí fue que, si quería salir al mundo,
debía hacer algo al respecto.
–
Nunca me has dicho cuál de todos los dibujos te gusta más –pregunta Jonathan,
no necesito pensarlo demasiado, ya se mi respuesta.
–
La frase, esa es mi favorita –corría desde mi omoplato izquierdo al
derecho la única frase que inmortalizaba a Bruno, lo único que me conectaba
mentalmente con él, dándome una serenidad automática
“Here, there and
everywhere”
–
¿La frase?! –refunfuña Jonathan – Estoy hablando de los dibujos, algo más
elaborado que un par de letras, ¡chica!
–
Emm bueno, la calavera mexicana entonces –realmente todos los dibujos eran
bellísimos, tenía flores de loto, hiedras, calaveras mexicanas, pájaros de
colores, peces Koi, mariposas y lobos. El trabajo era increíble, los colores
eran brillantes y armónicos, predominaba el celeste y el azul, pero luego había
rosas y verdes, las manchas de acuarela eran completamente reales y hermosas,
no había quedado un rincón sin cubrir, las marcas en mi cuerpo habían
desaparecido por completo.
Jonathan
me dijo el día que nos conocimos que yo era un sueño hecho realidad:
La silla blanca
cubierta de plástico transparente se me pegaba en mis piernas descubiertas del
calor que emanaba. Debería haber traído un pantalón largo. El olor a
desinfectante y alcohol penetraban mi nariz, la canción de Johnny Cash, Ring of
fire, sonaba muy bajito por los parlantes, pero mis piernas se movían al ritmo
de la canción, revoleándolas hacia adelante y atrás, como cuando era niña, de
todas maneras, el sonido que realmente predominaba en el lugar, era ese zumbido
de las maquinas, varias personas se estaban tatuando a la vez, parecía un gran
panal de abejas.
Esperaba ansiosa al
hombre que iba a cambiar mi vida, el artista que iba a callar mis heridas, las
haría desaparecer, estaba segura. No me importaba que al tacto vuelvan a mí, lo
importante era que la gente deje de mirarme.
Un chico de mi edad
aproximadamente, camina hacia mí con una gran sonrisa, su aspecto no era
diferente a los otros tatuadores que había conocido en este lugar, abundante
barba negra colgaba de su quijada, tatuajes se asomaban bajo su remera
desteñida, unos expansores asquerosamente grandes, colgaban de sus orejas.
– Hola! ¡Soy
Jonathan! Mucho gusto –estrecha mi mano con fuerza, en otro momento de mi
vida, abría mirado su mano con temor, pero ahora, gracias a mis entrenamientos
todo eso había quedado atrás.
– Hola! Soy Sarah,
encantada de conocerte –dije sinceramente.
– Bueno…que puedo hacer
por ti… – Jonathan se sienta en un banco a mi lado.
Su cuerpo era macizo,
se notaba que debajo de esa remera gigante había una gran cantidad de músculos,
pero no era mi tipo…mi tipo era Bruno y nada era lo suficientemente bueno como
para comparar.
– Lo que tú quieras…
– ops…me di cuenta de mi error en el momento, sonaba increíblemente...desesperada,
así que me corrijo con una carcajada – Me refiero a mi piel, quiero cubrir
mis brazos y mi espalda, no me importa que hagas, simplemente cúbrelo todo.
El rostro de Jonathan
pasó por diferentes etapas, incredibilidad, temor, alegría, sospecha…
– ¿Pero no tienes nada
en mente? ¿Algún diseño o algo así? ¡Puedo reproducirlo si quieres! –los ojos negros del tatuador empezaron a
recorrer, mis ahora, formados brazos, pero sus ojos no juzgaban como los demás,
el simplemente miraba sin horror.
– Siéntete libre de
hacer lo que quieras, solo tengo dos requerimientos.
– Escucho…
– Quiero tener una
prueba de agujas y una frase que voy a decirte cuando lleguemos a la espalda.
– Lo tienes, ¿algo
más?
– No, puedes empezar.
– Chica, acabas de
hacer mi día mucho más interesante…
Hoy
era mi última sesión, habíamos pasado muchas, muchas horas juntos, Jonathan no
era de preguntar demasiado, pero su compañía comenzó a ser cada día un poco más
agradable.
–
Bueno, es increíble decirlo, ¡pero creo que estamos listos! – Jonathan gira
sobre su banco y empieza a esterilizar todos sus instrumentos.
Me
levanto de la silla y camino al espejo más cercano, el proceso fue doloroso y
largo, primero dibujó los contornos de todos mis nuevos amigos, luego comenzó a
rellenarlos, para después cubrir los espacios libres, ese era el trato y había
cumplido excelentemente.
Intento
girar mi cuerpo para mirarme la espalda descubierta, pero es muy difícil
sostener mi remera sobre mis pechos y contorsionarme lo suficiente como para
poder ver bien.
–
Sarah…toma – Jonathan me alcanza un pequeño espejo – no quiero que te
quiebres el cuello después de todas estas horas de trabajo.
–
Gracias – oficialmente tenía una relación amorosa con mi nueva
espalda, tan colorida, tan llena de…vida. Disfrazándome de todo lo que no soy –
No tengo palabras para agradecerte, no sabes lo que esto significa para mí.
–
No uses palabras… ¿números quizás? –Jonathan envolvía mi brazo con papel
transparente.
–
¿Números? Pero si pague por adelantado…
–
No, tu número de celular quiero decir…–no era la primera vez que Jonathan me lo
pedía lo había rechazado mil veces, pero esta vez, sin ninguna razón respondí…
–
Bueno…
–
¿Bueno? –detiene su labor de envolver mi brazo – ¿Realmente dijiste bueno?
¿Acaso voy a morir y soy el último en enterarse?
Es
imposible no reír, no sabía porque le había dicho que sí, pero estaba hecho.
Una
chica tiene que comer.
¿Yo dije eso?
–
No vas a morir, ahora dame un papel donde anotarlo antes de que me arrepienta –corre
hacia su celular, lo desbloquea y me lo entrega.
–
No confío en los papeles, los pierdo todo el tiempo. –tomo el aparato y anoto
mi número sin dudarlo.
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